giovedì 18 luglio 2013

La Aparicion del Senor Jagannath

Capítulo Uno PRIMERA HISTORIA Hoy es el día del Festival de los Carros de Jagannātha. ¿Cuál es el significado del Festival? Nuestro corazón es como un carro y debemos orar a Krsna diciéndole: “Por favor, ven a sentarte en mi corazón”. Así fue como las gopis Le oraron en Kuruketra: “Debes venir y sentarte en nuestros corazones. Nuestros corazones son Vndāvana”. La primera historia de la aparición del Señor Jagannātha está recogida en el Skanda Purāna, en el Padma Purāna, en el Puruottama-māhātmya y en El Diario de Jagannātha. La versión que presentamos aquí procede del Skanda Purāna y del Puruottama-māhātmya. Aunque hay algunas pequeñas diferencias con respecto a la versión de las otras escrituras, la historia es básicamente la misma. En Satya-yuga, a comienzos de la primera mitad del día del Señor Brahmā (cuando este creó el mundo material por la misericordia de Krsna y con la ayuda de Mahāmāyā), vivió en el centro de la India un rey llamado Indradyumna Mahārāja. Tenía su residencia en la antigua ciudad de Avanti N€agary, Ujjain, el mismo lugar donde Krsna había recibido las enseñanzas de Sāndipani Muni. Tanto él como su esposa Gundichā eran muy religiosos y grandes devotos y, a pesar de ser los monarcas, estaban siempre dedicados al servicio de Bhagavan. El rey deseaba ver a la Suprema Personalidad de Dios con sus propios ojos y esperaba ver satisfecho su anhelo algún día. “¿Cuándo podré ver a mi Señor?”, oraba siempre. El rey solía recibir y alojar en el recinto de su palacio a los viajeros que llegaban allí desde distintas partes del mundo, sobre todo de la India. En una ocasión, pasaron allí la noche unos peregrinos que regresaban de un lugar sagrado donde habían visto al hermoso Nila-mādhava de cuatro brazos. Cuando los peregrinos comentaban entre ellos las glorias de la deidad, un brahmán escuchó su conversación y acto seguido habló de ello al ministro del rey, el cual informó a su vez al monarca. —Quienquiera que vea a Nla-mādhava no habrá de regresar a este mundo y será liberado para siempre —le dijo—. Obtendrá la forma de cuatro brazos y se volverá un asociado de NārāyaŠa en Vaikuntha. Incluso si alguien dice: “Mañana iré a ver a Nila-mādhava a Su templo” pero muere ese día sin haber alcanzado su destino, irá a Vaikuntha y obtendrá la forma de cuatro brazos. El rey pensó: “¿Cómo podría yo ver a Nila-mādhava? ¿Dónde se encontrará?” Quiso entonces preguntar a los peregrinos, pero le informaron de que estos habían partido durante la noche. Contrariado, se propuso encontrar a la deidad como fuera. Mandó llamar a Vidyāpati, el inteligente hijo del brahmán, y también a sus oficiales y comandantes, y les ordenó que salieran a buscar en todas las direcciones. —Unos irán hacia el este, otros al oeste, otros al sur, etc., y regresarán dentro de tres meses —les dijo—. Aquel de ustedes que logre averiguar el paradero de la deidad será recompensado con cuantiosas riquezas y un importante cargo. Llenos de entusiasmo, los oficiales salieron de Madhyā Pradesh, cada uno en una dirección. Vidyāpati, que era un joven muy apuesto y lleno de buenas cualidades, se dirigió hacia el este. Finalizado el plazo de los tres meses, todos habían regresado excepto Vidyāpati. Como nadie tenía noticias de él, el rey se preocupó. Vidyāpati se había dirigido hacia la costa oriental de la India, cerca del Océano Índico, y había estado viajando sin cesar en busca de Nila-mādhava. Un día vio un hermoso pueblo situado cerca de la costa y al pie de una montaña llena de flores y 13 árboles y, como ya era tarde, decidió pasar allí la noche. Al llegar se dio cuenta de que sus habitantes eran personas muy cultas. —Desearía pasar aquí la noche —dijo a unos hombres. —La persona más notable de este pueblo es Vivavasu —respondió uno de ellos. Aunque su origen es de una casta inferior (abara), tiene muchas cualidades y es muy religioso, inteligente, humilde y generoso. Cada vez que pasa algún viajero o invitado por aquí, lo primero que hace es ir su casa; sería bueno que fueras tú también. Cuando Vidyāpati llegó a la casa de Vivavasu, este no se encontraba allí, pero le atendió Lalitā, su bella hija de dieciséis años. Si quiere puede esperar a mi padre fuera —le dijo la joven—. En cuanto él regrese se ocupará de todo. Vivavasu llegó poco después. De su cuerpo emanaba una dulce fragancia y llevaba un hermoso y aromático tilaka. Al ver al recién llegado, se disculpó. —Siento que haya tenido que esperarme. Ahora ya puede entrar. Una vez dentro, y contento de tener allí a aquella persona de tan grata presencia, Vivavasu le dijo: —Puede quedarse aquí unos días si lo desea. Mi hija se ocupará de usted y le dará comida y todo cuanto necesite. No le faltará de nada. Vidyāpati cenó y se fue a descansar. En aquella casa se percibía una extraordinaria fragancia, sobre todo cuando el dueño estaba en ella. “¿De dónde vendrá ese aroma tan maravilloso?”, se preguntaba el brahmán. “Jamás había olido nada parecido. Y esa joven es muy hermosa. Creo que me quedaré aquí un tiempo; tal vez pueda encontrar a Nila-mādhava por estos alrededores.” Los siguientes días los pasó buscando por la zona. Lalitā, que siempre le atendía solícita, se sentía cada vez más atraída hacia él. Vidyāpati comenzó a desarrollar una estrecha amistad con la joven y, después de un tiempo, se enamoró de ella. Él ya estaba casado con otra mujer, pero como sentía un profundo afecto por Lalitā le pidió que le preguntara a su padre si podían casarse. Su padre no puso objeciones a la boda y, poco después, Vidyāpati se convirtió en el yerno de Vivavasu. Vivavasu salía de la casa cada mañana y, cuando regresaba por las tardes, sus ánimos parecían renovados y de su cuerpo emanaba la misma fragancia maravillosa. Un día, Vidyāpati preguntó a su mujer: —Querida mía, ahora eres mi esposa y tengo mucha fe en ti. Dime, por favor, ¿adónde se dirige tu padre cada día a hacer su adoración y de dónde proviene esa fragancia que emana de su cuerpo? —No puedo hablar de ello —respondió la joven—. Mi padre me ha advertido: “No digas a nadie adónde voy. Quiero que mantengas eso en secreto.” Vidyāpati dijo entonces: —Tú y yo somos uno; no eres diferente de mí. Soy tu marido y debes contármelo todo. —Promete antes que no se lo dirás nunca a nadie —le pidió ella. —Una esposa no debe hablar de ese modo —replicó su marido—. Sé que eres una mujer muy fiel, de modo que debes decírmelo. —De acuerdo, te lo diré —respondió la joven—. Va a adorar a una deidad. —¿Qué deidad? —Prometí no hablar de ello, pero te lo diré a ti porque eres mi esposo. Va a adorar a Nila-mādhava. Vidyāpati se puso muy contento. “Después de tanto tiempo, finalmente he escuchado el nombre de Nila-mādhava”, pensó. “Nila-mādhava debe hallarse en algún lugar cerca de aquí.” Entonces se mostró tan afectuoso y atento con su mujer, que ella acabó revelándole todo. —Dile por favor a tu padre que me lleve con él. —Está bien. Te ayudaré. Cuando su padre regresó aquella tarde, Lalitā le sirvió pras€da, esperó a que terminara, y entonces se acercó a él y se sentó sobre sus rodillas. Mostrándose sumamente cariñosa, le dijo: —Padre, me gustaría pedirte una bendición. —Y a mí me gustaría concederte una —respondió su padre—. ¿Qué deseas? —Deseo algo muy especial. Sé que no es fácil para ti, pero es lo que quiero. —¿Qué es? —Mi esposo tiene un gran deseo de ver a Nila-mādhava. Deseo que le lleves contigo. Vivavasu no supo qué responder. Le preocupaba el hecho de que si alguien descubría aquel lugar secreto, la deidad podía ser robada o simplemente desaparecer. Intuyendo una negativa por parte de su padre, Lalitā se puso muy seria. —Si no muestras a Nila-mādhava a mi esposo, tomaré veneno y moriré delante de ti —le amenazó—. Tus dudas me demuestran que en realidad no sientes ningún cariño por mí. Esas son las armas más poderosas de las mujeres: “Me moriré”, “tomaré veneno” o “me suicidaré”. ¿Qué puede responder ante eso un marido o un padre? No les queda más remedio que decir: “Te daré lo que quieras”. Vivavasu pensaba: “¿Qué debo hacer? No puedo dejar que mi hija muera. Tengo que concederle esa bendición”. —No deseo que mueras. Llevaré a tu esposo conmigo y le enseñaré a Nila-mādhava, pero con una condición. Cubriré sus ojos con un paño negro, se lo quitaré cuando lleguemos allí para que pueda ver a la Deidad, y a la vuelta se lo volveré a colocar. De eseo modo no sabrá dónde se encuentra el lugar. Lalitā fue a hablar con su marido. —Está dispuesto a llevarte con él —le dijo—, aunque te vendará los ojos durante el trayecto. Muy contento, Vidyāpati accedió a ir con los ojos cubiertos. Al día siguiente, cuando estaban sentados en el carro de bueyes, Vivavasu colocó el paño negro sobre los ojos de Vidyāpati. Lalitā, que era muy inteligente, dio a su marido unas semillas de mostaza y le dijo: —Guarda estas semillas en el bolsillo. Ahora es época de lluvias, de modo que si las vas tirando una a una por el camino, dentro de un tiempo se convertirán en plantas que darán unas hermosas flores amarillas. Entonces podrás guiarte por las flores e ir tú solo sin tener que preguntarle el camino a mi padre. Vivavasu condujo a Vidyāpati en el carro por una sinuosa carretera y, mientras tanto, Vidyāpati fue dejando caer las semillas de mostaza sin que su suegro se apercibiera de ello. Cuando llegaron al pie de una montaña, dejaron el carro y Vivavasu tomó a Vidyāpati de la mano y lo llevó hasta el templo de Nila-mādhava. Una vez dentro del templo, Vivavasu quitó la venda a su yerno para que pudiera ver a N…la-mādhava. Tenía cuatro brazos y llevaba una caracola (a‰kha), un disco (cakra), una maza (gadā) y una flor de loto (padma). Era muy hermoso pero, a diferencia de Nanda-nandana Krsna, no tenía una flauta ni llevaba una pluma de pavo real. Era más como Nārāyana. Nārāyana es muy hermoso, pero Krsna es el más hermoso de todos. Rebosante de felicidad, Vidyāpati se echó a llorar. “He estado buscándole durante tanto tiempo”, pensó. “Ahora me siento satisfecho.” —Espera unos instantes —le dijo entonces Vivavasu—. Voy al bosque a recoger flores y demás parafernalia para la adoración. Le ofreceré candana y otros artículos, y luego regresaremos a casa. Mientras Vidyāpati esperaba, advirtió que allí mismo había un hermoso lago con lotos, abejas que zumbaban y pájaros que entonaban dulces cantos. Sobre el lago pendían unas ramas procedentes de un árbol de mango. De pronto, un cuervo negro que dormía en una de esas ramas cayó dentro del agua. Inmediatamente después apareció su alma con cuatro brazos y, acto seguido, se presentó allí Garuda, recogió a aquella hermosa personalidad de cuatro brazos y se fue volando hacia Vaikuntha. Vidyāpati pensó sorprendido: “Ese no era más que un cuervo que comía carne y otras sustancias abominables; un animal impuro que nunca ha practicado el servicio devocional (bhakti) ni ha hecho nada favorable y, sin embargo, ha sido elevado rápidamente a Vaikuntha. ¿Por qué habría de quedarme yo aquí?” Vidyāpati decidió subir al árbol y lanzarse él también al lago para poder obtener una forma de cuatro brazos e ir a Vaikuntha, pero cuando había trepado hasta la mitad, escuchó una voz etérea que decía: —No te suicides para liberarte e ir a Vaikuntha. Debes hacer servicios muy importantes que beneficiarán al mundo entero, de modo que no quieras morir aún. Ten paciencia y todo se arreglará. Vuelve junto a Mahārāja Indrayumna y dile que Nila-mādhava está aquí. Entretanto, Vivavasu regresó con las flores y demás parafernalia, y dijo a Vidyāpati: —Ven conmigo. Él no sabía lo que había ocurrido. Vivavasu preparó la pasta de sándalo (candana) y otros ingredientes, y pasó el resto del día
sentía ya también cautivado por las glorias de N…la-mādhava y se puso muy feliz al ver la adoración que le prodigaba su suegro. Cuando Vivavasu hubo terminado sus servicios, cubrió de nuevo los ojos de Vidyāpati y juntos emprendieron el regreso a casa. Unas horas después, tras recorrer de nuevo el serpenteante camino, llegaron a la vivienda. Vivavasu oyó entonces que N…la-mādhava le decía: —Me has servido durante mucho tiempo. Ahora deseo tener el servicio de un devoto muy elevado llamado Mahārāja Indradyumna. No temas ni te preocupes. Pero Vivavasu se sintió muy triste. “¿Thākuraji se va con Mahārāja Indradyumna?”, pensó. “No puedo soportar la idea de la separación. Ese joven se irá, le contará todo al rey, y este vendrá y se llevará a Nila-mādhava.” Para evitar que aquello ocurriera, encerró a Vidyāpati en una de las habitaciones de la casa. Viendo que no podía ir a ninguna parte, Vidyāpati dijo a su mujer: —Ayúdame, te lo ruego. Deseo regresar a Madhyā Pradesh. Hice una promesa al rey, que desea venir aquí con su familia para servir a N…la-mādhava. Ayúdame, por favor. Eres mi esposa; mi otra mitad. — No te apures —le tranquilizó ella—. Te ayudaré. Lalitā se dirigió entonces a su padre y le dijo: —Si no liberas a mi esposo de esa prisión, me suicidaré ahora mismo. Ante aquella amenaza, el corazón del padre se ablandó y dejó salir a Vidyāpati. Una vez libre, Vidyāpati prometió a su esposa: —Regresaré muy pronto. No te preocupes. Vidyāpati partió hacia el reino de Indradyumna y anduvo sin detenerse hasta llegar finalmente a Avanti Nagari. Había estado fuera durante más de seis meses. El rey Indradyumna se puso muy contento al verlo y, sobre todo, cuando le oyó decir: —He descubierto a Nila-mādhava. Si me acompañas, te conduciré hasta Él. El monarca decidió viajar con todo su reino, sus bienes, su esposa, sus soldados y sus oficiales. Quería traer a Nila-mādhava de vuelta para adorarlo durante el resto de su vida. Cuando llegaron al lugar, que estaba situado a unas cien millas de Puri, no vieron ni las flores de las semillas de mostaza, ni la montaña, ni casa alguna; por deseo de Nila-mādhava, el pueblo entero había quedado cubierto por una montaña de arena. El rey se echó a llorar. Sentado sobre una esterilla y mirando al océano, decidió: “No comeré nada hasta ver a Nila-mādhava; si no Le veo, moriré. He venido hasta aquí con todo mi reino y no he tenido el darana del Señor. Es mejor que abandone esta vida”. —¡Oh, Nila-mādhava! ¡Oh, Nila-mādhava! ¡Oh, Nila-mādhava! —exclamó recordando al Señor. Entonces se escuchó una voz etérea que decía: —No te preocupes. No iré a darte Mi darana, pero tú sí podrás verme. Voy a enviar a Brahmā para que te conduzca a Vaikuntha y allí podrás tener Mi darsana. En este mundo no tendrás mi darsana en la forma de Nila-mādhava, sino que me manifestaré de cuatro formas: Jagannātha, Baladeva, Subhadrā y Sudarana cakra. Espera junto al mar en Banki-muhana. (Este lugar se conoce en la actualidad como Chakra-tirtha y está situado junto a la Bahía de Bengala, donde el agua se mueve hacia Bengala Occidental.) Espera allí y aparecerá dāru-brahma (Bhagava€n en la forma de madera). Se manifestará como un tronco muy grande, fragante y rojizo, y en él se verán la ankha, el cakra, la gadā y la padma. Ve allí, sácame del agua y haz cuatro deidades de ese tronco. Entonces podrás adorarme. Poco después llegó Brahmā y condujo al rey hasta Vaikuntha, y allí este pudo contemplar a Nila-mādhava sin restricciones mientras el Señor conversaba con Sus asociados. Más atraído hacia Él que nunca, el rey comenzó a sollozar. Entonces Brahmā le dijo: —Vámonos. Él no irá a la tierra en esa forma, pero sí lo hará de cuatro formas. Vayamos al lugar indicado por Él y esperémosle allí. Entretanto, en la tierra habían transcurrido muchos años y todo había cambiado. Antes de irse, el rey había construido un templo muy grande y hermoso, pero había quedado cubierto por la arena. Y aunque lo habían desenterrado en varias ocasiones, se veía viejo y desmoronado. Un nuevo rey lo había restaurado y declaraba: “Yo construí este templo”. El rey Indradyumna se presentó ante él y le sacó de su error. —Ese templo no es tuyo —le dijo—. Tú solo lo has reparado. Lo construí yo, luego me pertenece a mí. Un cuervo llamado Kākabhusundi que había presenciado los pasatiempos de Rāmacandra y también la construcción del templo por parte de Indradyumna, testificó a favor del rey. Brahmā se acercó también y dijo: —Este fue el rey que construyó el templo. Tú solo lo has arreglado. Y así, el rey Indradyumna se convirtió de nuevo en su dueño. Por la misericordia de Krsna, la esposa del monarca se encontraba allí también. No habían tenido hijos, de modo que estaban los dos solos. El rey, sus nuevos asociados y su nuevo ejército esperaron juntos a la deidad. Cuando finalmente apareció flotando sobre las aguas el tronco rojo señalado con la a‰kha, el cakra, la gadā y la padma, un numeroso grupo de fuertes soldados y grandes elefantes intentaron llevarlo hasta la arena, pero todos sus esfuerzos resultaron infructuosos. De pronto, la voz etérea dijo al rey: Trae a mi viejo sirviente Dayitā-pati Vivavasu y a su hija. Vivavasu sujetará de un lado y el br€hmaŠa Vidyāpati del otro. Y trae un carro de oro para Mí. Cuando lo hayas dispuesto todo, saldré sin mayores problemas. Por el poder y el deseo de N…la-mādhava, Vivavasu, Lalitā y Vidyāpati vivían todavía y fueron conducidos hasta allí en un carro con todos los honores. El rey pidió a los tres que entraran en el mar y levantaran el tronco. Vidyāpati, su esposa y su suegro comenzaron a levantar el tronco mientras le oraban: —¡Jaya Jagannātha! ¡Jaya Jagannātha! ¡N…la-mādhava! ¡N…la-mādhava! Por favor, sé misericordioso y sube a nuestro carro. El tronco salió fácilmente del agua y pudo ser transportado hasta el carro de oro y luego conducido cerca de donde se encuentra actualmente el templo de Jagannātha. El rey colocó el tronco en una sala muy amplia y mandó llamar a los carpinteros de Orissa. —Si esculpen a la deidad, les daré una inmensa fortuna —les dijo. Habían acudido al lugar muchos carpinteros célebres, pero sus herramientas se rompían en cuanto tocaban aquel tronco duro como el acero. Un anciano pero hermoso brahmán que se encontraba allí y llevaba consigo algunos utensilios, se adelantó y dijo: —Mi nombre es MahāraŠa. Soy muy experto y puedo tallar la deidad. El brahmán era en realidad el propio N…la-mādhava o Jagannātha disfrazado. 17 —Terminaré dentro de veinte días, y deben prometerme que las puertas de esta sala permanecerán cerradas en todo momento. Estaré dentro solo con mis herramientas, y después de veinte días abriré la puerta para que puedan ver a la deidad. Entonces podrán llevarla al templo, y allí servirla y adorarla. —Haré lo que dices—respondió el rey—. No abriré esa puerta. El brahmán entró en la sala y cerró la puerta por dentro. Durante catorce días no se escuchó ningún ruido, e Indradyumna Mahārāja empezó a preocuparse. “¿Qué estará ocurriendo?”, pensaba. “El brahmán no ha tomado agua ni nada sólido durante todo este tiempo. Podría incluso estar muerto.” Su primer ministro le dijo: —No abras la puerta. Hay un misterio detrás de todo esto. Abre solo cuando hayan pasado los veinte días, no antes. Pero su esposa no estaba de acuerdo. Si ese hombre ha muerto, serás culpable de brahma-hatyā (el pecado de matar a un brahmán) —le dijo—. Debes hacer que abran la puerta enseguida. —El brahmán me dijo que no lo hiciera hasta pasados veinte días —respondió el rey—. ¿Cómo voy a abrirla? La mujer insistió una y otra vez hasta que, finalmente, el rey mandó llamar a sus carpinteros y les dijo que cortaran los cerrojos. Cuando pudo entrar en el recinto, vio que el brahmán no se encontraba allí. —¿Dónde estará? —preguntó sorprendido. Las cuatro deidades —Jagannātha, Baladeva, Subhadrā y Sudarana cakra— se encontraban allí, pero sin terminar. Los ojos y la nariz no eran más que formas redondas, sus brazos no parecían tener la longitud adecuada y faltaban también por acabar las manos y los pies. —He cometido una ofensa al romper mi promesa —dijo el rey sollozando—. ¿Qué voy a hacer ahora? —. Ya solo pensaba en acabar con su vida. En otro relato, tal vez en otra creación, cuando el rey abrió la puerta, el brahmán se encontraba allí y dijo al rey: —¿Por qué has venido en medio de mi trabajo? Solo han pasado catorce días. Necesito otros siete para hacer que las deidades queden realmente hermosas. ¿Por qué has abierto la puerta? Ahora solo tienen los ojos redondos. En fin, será el deseo de Jagannātha. De otro modo no me habrías interrumpido y yo habría podido terminar mi trabajo. Tras decir aquello, el carpintero desapareció, y entonces el rey y sus asociados comprendieron que aquel hombre no era un simple carpintero, sino el propio KŠa. El rey comenzó a sentir el dolor de la separación. La deidad ordenó al rey por medio de Su voz etérea: No te preocupes. Hay un misterio oculto detrás de todo esto. Yo deseaba manifestarme de esta forma por un motivo muy profundo. Llévame al templo y adórame en la forma de estas deidades. Vivavasu, su yerno Vidyāpati y las dos esposas de este se encargarán de Mi adoración. Los hijos de la esposa brahmánica de Vidyāpati se turnarán para adorar a μhakuraj… y los hijos de su esposa abara cocinarán numerosas preparaciones. Muchos dayitās de la dinastía de Vivavasu me servirán durante los diez días del Festival del Ratha-yātrā. Solo me adorarán ellos; nadie más. Ellos nos llevarán a Baladeva, a Subhadrā y a Mí en carros, y nos conducirán al Mandira de GuŠichā. Organiza un festival de diez días comenzando hoy mismo y lleva esos carros al templo de GuŠichā. Puesto que los sucesos ocurrieron de aquel modo debido a la petición de la reina GuŠichā, pusieron su nombre al templo. —Permaneceremos allí durante esos diez días y luego podrán traernos de vuelta —siguió diciendo μhākuraj…. Debes organizar grandes festivales, como Snāna-yātrā, Candana-yātrā, Herā-pañcham…, etc. 18 En Chandana-yātrā se cubre el cuerpo de Jagannātha con sándalo durante varios días. Entonces se coloca a la deidad vijaya-vigraha conocida como Govinda2 en el Narendra-sarovara dentro de una embarcación muy hermosa, y es allí donde transcurren Sus pasatiempos en barco. Tras esto, en el Snāna-yātrā, la deidad recibe el baño de miles de jarros de agua traída de todos los lugares sagrados de la India. Su baño dura tanto, que acaba con problemas de estómago y enfermo, y entonces Lakm… se lo lleva a su casa y cierra la puerta durante quince días. Como ®r… Chaitanya Mahāprabhu no podía vivir sin la deidad, fue a šlālanātha y allí se echó a llorar diciendo: “¿Dónde está KŠa? ¿Dónde está KŠa?” Estaba tan fuera de sí, que cuando tocó las piedras de šlālanātha estas se derritieron. Dondequiera que colocaba las manos, la cabeza y otras partes de Su cuerpo al ofrecer reverencias, esas huellas quedaban impresas en la piedra. Solo los dayitās, la familia de Vivavasu ®abara, pueden servir a Jagannātha durante el Ratha-yātrā. Jagannātha tiene dos clases de sirvientes. Los primeros proceden de la dinastía de la esposa brahmánica de Vidyāpati y se ocupan de la adoración (arcana) y el servicio (sev€). Los devotos de la segunda clase descienden de Lalitā y, a pesar de haber tenido un nacimiento inferior, son excelentes cocineros, pues Jagannātha les ha permitido que realicen ese servicio para Él. Pueden cocinar en muy poco tiempo más de cien grandes pilas de arroz con dhal y muchas otras preparaciones. Son expertos cocinando en muchos fogones a la vez, llegando a colocar más de veinte ollas de barro en cada uno de ellos3. El rey oró: —¡Oh, μhākuraj…! Para que pueda servirte, necesito que me concedas una bendición. —¿Qué bendición deseas? —respondió μhākuraj…. —Deseo que en mi dinastía no haya hijos ni hijas. No quiero tener descendientes. Sé que me concederás este deseo. μhākuraj… sonrió y preguntó: —¿Por qué no deseas tener hijos? —Porque cuando me muera se pelearán por el dinero y no querrán servirte —respondió el rey—. Habrá mucho dinero involucrado en Tu servicio, y ellos pensarán: “Esto es mío” o “Jagannātha me pertenece a mí”. No deseo que ningún miembro de mi familia piense: “Este templo es mío o Jagannātha, Baladeva y Subhadrā me pertenecen y, por consiguiente, todo lo que llega en forma de donativos es para que yo lo disfrute.” Si piensan de ese modo, utilizarán todo para gratificar sus sentidos y se irán al infierno. Esta parece ser la mentalidad que impera hoy en día tanto en la India como en el resto del mundo. Los devotos neófitos piden donativos en las calles diciendo que son para el servicio de Rādhā y KŠa, pero se guardan el dinero pensando que son ellos los disfrutadores y olvidan que colectaron ese dinero para su gurudeva. ¿Habría dado algo esa gente de haber sabido que el dinero era para el discípulo? ¿Qué clase de castigo puede tener esa clase de personas? KŠa está intranquilo pensando que aún tiene que crear un infierno apropiado para ellas. En la India hay también muchos gosvām…s que piensan que son los dueños de los templos, se quedan con los donativos y los emplean en actividades inapropiadas. Deben tener cuidado con esto, porque de otro modo Bhakti dev… no irá a ustedes, sino que pensará: “Esa persona es muy egoísta. Quiere que su gurudeva y también KŠa sean sus sirvientes.” Por eso, el rey pidió: —No debe haber nadie que se quede con una sola paisā. Tú eres el dueño. Eres Tú quien decide quién debe servirte. Los encargados deben ser cambiados regularmente y deben ser sirvientes; como unos administradores. 2Cuando hay que llevar a Jagannātha a alguna parte, se toma a esta vijaya-vigraha más pequeña del templo de Jagannātha, porque el cuerpo de Jagannātha es muy pesado. 3 La cocina es un kull… indio. Tiene cinco fuegos (uno en medio y otro en cada esquina), y cada fuego tiene cinco ollas, una encima de otra, con un agujero en la base de las tres ollas de arriba. Todo se cocina de un modo uniforme y perfecto. Se dice que es Lakm… quien lo hace todo y los sirvientes (los descendientes de la esposa abara de Vidyāpati) solo la ayudan, y por eso pueden cocinar de forma tan mágica. 19 Un administrador es alguien que sirve sin ningún interés personal. El rey de Orissa es siempre el administrador en el sentido de que no puede quedarse con un solo céntimo para él. Si lo hiciera, sería su ruina. Al escuchar las palabras del rey, Jagannātha sonrió, y así es como empezó el Festival del Ratha-yātrā. Hay muchas enseñanzas importantes en esta historia